martes, 14 de agosto de 2007

Los terrores del siglo XXI

Entrevista para pensar
Los terrores del siglo XXI


José Eduardo Abadi es médico psiquiatra, psicoanalista y dramaturgo. Acaba de publicar Los miedos de siempre, los terrores de hoy (Ed. Sudamericana)



-¿Vivimos en un mundo violento y en estado de alerta permanente?

-En el mundo tienen lugar explosiones de una violencia descomunal en la que el terrorismo, un enemigo invisible, convierte en víctimas a sujetos ajenos a un conflicto específico. Eso, reproducido en los medios, convierte el riesgo en amenaza cierta: mañana me puede tocar a mí. En la Argentina, este fenómeno se articula con una inseguridad crónica de alto voltaje que genera incertidumbre, aislamiento, soledad. No se trata de un cambio cultural, sino de una patología propia del tiempo en que vivimos.

-En su libro señala que esto supone una vuelta a los miedos irracionales de la infancia. ¿De qué forma?

-En el imaginario colectivo vivimos en un estado de indefensión equivalente al de los terrores infantiles, con una agravante: aquí, los fantasmas laten en forma cotidiana, crónica. Además, el chico tiene un espacio de contención en la figura de los padres. Los adultos no encontramos nada semejante, y para calmar la angustia recurrimos a defensas reactivas y mágicas: al enemigo se le pone un rostro y se lo demoniza, y esto lleva a la divinización de las figuras que se le oponen. Hace unos años, el lenguaje de Bush no habría encontrado el eco que tiene hoy.

-¿Cómo se explica esto?

-Buscamos seguridad a costa de alienación. Se crea un vínculo de dependencia y sumisión, porque hay que construir una figura salvadora más fuerte que la amenaza. Las consecuencias son graves. La separación entre "buenos" y "malos" potencia un impulso uniformizante, homogeneizador, que es una característica del siglo XXI. Como la diferencia nos contamina, la expulsamos y la destruimos. Esto lleva a grandes niveles de discriminación, fragmentación y aislamiento que nos hacen sentir débiles. Buscamos entonces figuras divinizadas que nos protejan y avalamos respuestas reactivas y violentas. Es un círculo vicioso.

-Pero nadie sabe dónde y cuándo estallará la violencia...

-El mundo se ha convertido en un campo de batalla. Ya no hay, como antes, acuerdos previos entre los contendientes para definir los espacios de contienda. Aquí no se puede pactar nada porque no hay caras ni interlocutores visibles. Se instala además la idea de guerra permanente. Parecería que vamos hacia una naturalización del terror. En años recientes, la violencia delictiva llevó a la Argentina a vivir así durante ciertos períodos.

-¿Cómo se manifiesta esto en la gente y su vida cotidiana?

-En cuadros de angustia, depresiones, fobias, estrés. La gente no es ajena a lo que ocurre en el mundo, y reacciona con compasión y empatía ante hechos que provocan dolor: muertos en Londres, Israel, Bagdad, Beslan. No hay que olvidar que nuestro país tuvo sus propios atentados.

-Señala en su libro que el hecho de que en el atentado de Londres los terroristas hayan sido ciudadanos británicos, y hasta vecinos, no es un dato menor...

-Eso crea desconcierto. El sentido de pertenencia comunitario se impregna de tensiones persecutorias, de fantasías de traición que amenazan los lazos solidarios. Y, como decíamos, la defensa reactiva responde con mayor vigilancia, mayor seguridad, mayor aislamiento. Los actuales mecanismos de seguridad vigilan al otro, pero también a uno. La cámara me protege, pero también protege al del frente, que teme que el peligroso sea yo.

-¿Cómo elaborar estos miedos?

-Hay que aceptar esta realidad compleja, pero evitar simplificaciones que nos llevan a creer en defensas mágicas y reactivas. Las amenazas pueden y deben enfrentarse sin lesionar los logros democráticos y las libertades, que también están en jaque. En nuestro país, debe restaurarse la noción de justicia. Allí donde las normas no se cumplen, el nivel de anarquía, de miedo y de violencia reactiva es enorme.

-¿Cómo se preserva a los chicos en este escenario global?

-No se les puede ocultar lo que sucede. Pero tampoco dejarlos expuestos a la información sin la posibilidad de tener un interlocutor que los ayude a elaborarla, que dialogue con ellos en un ámbito de reflexión. Después de mirar el noticiero, hablamos entre nosotros. Pero no sólo con los chicos, sino también entre los adultos.

-Ha dicho que en el mundo de hoy el padre siente su lugar en jaque.

-Siente que no conserva, frente a sus hijos, ese lugar de garantía que tenía antes. Aquí también juega el cuestionamiento severo que sufre hoy la cultura patriarcal. Por otro lado, hay una vivencia fuerte de culpa, por no haber podido construir un mundo mejor para los hijos. El desconcierto genera un nivel de ansiedad y duda que paraliza.

-¿Otras recomendaciones?

-En lo cotidiano, la clave es potenciar los vínculos relacionales, la confianza del uno en el otro, porque es ahí donde el miedo ha golpeado. ¿Cómo? En la solidaridad cotidiana, en la creación de proyectos comunes, en el rescate de la palabra; en suma, en el desarrollo de la empatía con el otro.

Por Héctor M. Guyot
La Nacion

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